lunes, 17 de septiembre de 2007

TORMENTA


A veces aparecen tormentas que de forma ajena nublan el cielo y pueden llegar a causar tristeza y depresión. La tormenta meteorológica, mientras no nos caiga en alta mar o no sea excesivamente tenaz, me gusta. Deja olores que traen recuerdos y refresca la tierra, que no deja de ser la base de nuestras raíces. También llama al recogimiento, a pasar tardes entre el calor de los muros de una casa junto a un fuego reconfortante.

En cambio la tormenta psicológica, la que siendo ajena como la otra, intenta derribar entes más sensitivos que materiales, sí que la considero despreciable.

Esta tormenta, en vez de agua y rayos, está compuesta por suposiciones infundadas, desconfianza absurda del presente y respecto a un pasado casi inventado, tergiversión de hechos, creencias erróneas acerca de otras personas, estúpidas ironías pseudoingeniosas carentes de sentido con alta apariencia intelectual y escaso fondo real, negación de bondades del pasado e invención de problemas y sospechas inexistentes. Por supuesto, en muchos otros casos, vertido al olvido y desprecios recurrentes, aplaudidos por esbirros y secuaces eventuales, tristemente crédulos y aduladores.

Hay más de una persona que conozco que funciona así contra el miedo; o mejor, contra nada. No sólo no entienden que todos podemos y debemos rehacer nuestras vidas, sino que encima aconsejan de modo contrario a sus aliados. Aunque lo afirmen con una sonrisa a veces dudosamente verdadera, no creen en la impermanencia de muchas realidades, que es cierto que en pocas ocasiones pueden ser realmente permanentes y eternas. Hay demasiadas personas que, cuya incoherencia no les permite verme feliz aunque luego aconsejen y hablen siempre de la felicidad, de la vida y sobre todo, de mirar el lado bueno de las cosas. Creo que puede ser ya demasiado tópico, pero para ver el lado bueno primero hay que creer en ello. Siempre aconsejan a los demás la opción A y luego ellos realizan la B que es más fácil y requiere menos esfuerzo y sinceridad propia.

Yo veo el lado bueno de las cosas, lo saben quienes me conocen. No aconsejo optimismo desde el pesimismo. Y, por desgracia, eso es lo que más les duele.

A falta de sinceridad, qué menos que un poco de coherencia. Sean felices por méritos propios, no por sorteo ajeno.

Y mientras tanto, en esta tormenta, tengo cobijo y un fuego que me reconforta. Es lo bueno que tiene el mal tiempo...

2 comentarios:

Sologoya dijo...

Como toda tormenta que se precie, por devastastadora que sea, tarde o temprano desaparece. Sus efectos permanecen un poco más. Pero siempre hay gente dispuesta a recoger los escobros contigo.

Como bien dices, debemos ver lo positivo de todo, y en este caso la moraleja es: "más vale tarde que nunca", vivir en un engaño no es sano.

Besos desde la escombrera.

Javier Romero dijo...

En este caso no recogeremos escombros. Nuestra casa tiene muros gruesos y cimentación sismorresistente y bien calculada. Además, prefiero que me saludes desde la chimenea.

Un beso, mi hoguera.