Como todo el mundo sabe, una puerta está hecha para abrirse, atravesarla, cerrarse y acceder a algún lugar. La historia que os voy a contar habla sobre una puerta a través de la cuál se accedía a una ciudad.
Hace muchos años (como decía el cuentacuentos de Martes y Trece; tantos, que casi ni me acuerdo) mi querida ciudad era la capital de un reino. El reino en cuestión tuvo sus épocas de esplendor, decadencia y constante guerra con el bando cristiano. Al fin y al cabo, los moros de Granada se quedaron en ella hasta el dos de enero de 1492, por lo que aguantaron siglos el ataque de la Santa Cruz. A lo largo de los siglos, la ciudad fue fortíficándose a base de potentes murallas jalonadas con torres defensivas y alguna que otra fortaleza en puntos más estratégicos. Y claro, para atravesar la vasta muralla se tuvieron que construir puertas de acceso; algunas a la vez que se trazaba el gran muro, otras se erigieron una vez que los lienzos murales ya existían. Quizás este último sea el caso de nuestra protagonista.
Y así, hacia atrás en el tiempo, llegamos hasta los últimos años de la Edad Media, en la que se desarrollan los acontecimientos que han marcado el carácter urbano de la actual Granada. Sin saberlo con exactitud, podemos pensar que nuestra puerta se construyó durante el siglo XIV, siendo insertada en la muralla que llevaba ya algunos siglos funcionando. Estaba ubicada en los alrededores de la célebre Plaza Bibrambla o Bibarrambla y era conocida como bab al-Ramla (Puerta del Arenal). De todas formas, a lo largo del tiempo ha sido conocida con muchísimos nombres, como Puerta de las Orejas y las Manos (dicen que en época cristiana colgaban en los muros de la puerta las orejas y manos de malhechores detenidos), Puerta de los Cuchillos e incluso Puerta del Caballo.
La puerta era colosal, encajada dentro de una gran torre, y con paso a su través en recodo. El tiempo la convirtió en un elemento urbano más, habiendo perdido su función original en el momento en el que la muralla ya estaba embutida en la ciudad e incluso ésta desapareciese. Hasta que llegamos al culmen de la historia... porque la puerta no iba a estar ahí siempre. Hay que tener en cuenta que la conciencia sobre el patrimonio de nuestros antepasados no era ni la mitad de la mitad de la mitad de la que puede tener cualquiera de nosotros.
A mediados del siglo XIX las edificaciones colindantes a la puerta empezaron a asfixiarla materialmente a la vez que algunos vecinos mostraban interés por quitarla de enmedio. El Ayuntamiento (aquí nada de Excmo.) parece que no veía del todo mal la idea de hacerla desaparecer. De hecho, algunos ecos llegaron a la prensa madrileña, dejando claro el desinterés por parte de la administración granadina (no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada, dice la tradición). Y fue cuando los políticos de turno empezaron la rueda del criticar y descriticar. En el Ayuntamiento algunos se lavaban las manos, la Comisión de Monumentos no paraba de criticar la moción y resolvió solicitando una Real Orden Protectora. Pero la juerga no había hecho más que empezar.
Después de los bailes políticos vienen los hechos y los llantos y las risas. Todo empezó por el derribo de un trozo de muralla cercana a la puerta, hacia 1859. Y así, con protecciones de la realeza y todo, la polémica vuelve cuando el Ayuntamiento se plantea cosas feas en 1861.
-¿Nos vamos de demoliciones?
-Venga, vale, de acuerdo. -Pues esperamos una docena de años y la hacemos trizas. Pim pam pum.-Vaaaale, esperamos doce años.Doce años después, en 1873, se inicia de modo precipitado el derribo de la bab al-Ramla, aunque por suerte algunas reacciones mediáticas y políticas frenaron un poco el triste destino de la puerta. Incluso un vecino que vivía junto a la puerta veía peligrar la estabilidad de su casa, vaya por Dios. Y ni caso al pobre.
Y después de años de rifirrafes políticos, comisiones y cosas extrañas se decide tirarla, destrozara, ANIQUILARLA. Así, en 1884 quitan los puntales que la soportaban para que cayera por su propio peso. Y claro, no contaban con que se trataba de una torre defensiva, y que no iba a ser fácil que muriese sola.
-Oye, que no se muere. Y eso que decíamos en los informes que le quedaban tres diarios [por aquél entonces no había telediarios].
-
Pues a mano. Esta noche traigo el pico y tú te la cargas. Trae amigos si no puedes solo.Y en ese mismo año, por la noche, sin previo aviso, la mataron. Por la espalda no, porque no tiene, pero a traición sí. Demolición relámpago, con ráfagas de cohetes como celebración.
-Somos cojonudos.
-Sí, lo somos.
Y los restos mortales, a un almacén. Pobres restos arqueológicos, en pobres bolsas numeradas, como en la morgue quedó la pobre.
Y al quincuagésimo primero año de su muerte, resucitó gloriosamente en el excelso bosque de la Alhambra. Leopoldo Torres Balbás le devolvió la vida entre verdes y húmedos álamos en las faldas de la Gran Fortaleza. Y ahí está, enorme, entre sus árboles, cuesta arriba de Gomérez.
Ahora no se abre, ni se cierra. Sólo se atraviesa, pero no se accede a ningún lugar. La puerta sigue viva pese a todo, así que no os olvidéis cuando paséis ante ella de lo que fue, de lo que pasó y de lo que es.
LA PUERTA, HOY