Aunque tan sólo queden unas pocas en pie, Granada fue tal fortaleza urbana que jalonábanla casi tres decenas de puertas. Sería excesivamente extenso describir en este momento cómo era entonces la ciudad y cómo estaban en ella implantadas. Sólo recordaré aquellos momentos en los que mi vida estaba dedicada a todas ellas y a los lienzos de muralla que las unía entre sí, formando distintos recintos que fueron creciendo con la caída de las arenas del tiempo.
Dediqué un año a la investigación del patrimonio militar medieval urbano de Granada, tanto al existente como al ya desaparecido. Ahí quedan horas de estudio, devorando libros viejos y jóvenes y conversando con arabistas, arqueólogos e historiadores. Días, de sol a sol, buscando todo aquello que pudiese aún existir, aunque sólo fuese a los ojos de algunos. En algunas calles transitadas a diario por miles de personas quedan visibles pedazos de historia ocultos por su propia ausencia escrita y hablada. Así los disfrutamos quienes los conocemos y así lo disfrutarán quienes se interesen por ellos.
Soy consciente que la arqueología urbana medieval, al no ser artísticamente atractiva, no es un plato apetitoso para el profano, y por ello entiendo las dificultades a la hora de publicar algo así.
Por ahora, ahí tengo a mi primer hijo, de 330 páginas de torres, murallas, puertas y nostalgia.
Me queda la alegría casi infinita de mostrar aquello con lo que tanto soñé a las personas que así lo desean.
Las Puertas de Granada, tantas en un libro y una sóla en mi corazón.