Quizás pueden haber pasado diez años, quizás. Entonces todo era distinto y no eran almas unidas aunque sí paralelas. Él sabía que Ella existía; siempre la veía sonriente y guapa. Alguien común, pero lejana a Él por los avatares de la propia vida. Recuerda su pelo largo y oscuro, su peculiar sonrisa y el parentesco con una niña oscura y luminosa a la vez.
De Él Ella escuchó hablar muchas veces también. Pero no lo identificaba con nadie, sólo con una idea, con una sensación. Yo he hecho todo lo posible por acercar sus almas, porque algún día llegarán a fundirse, aunque sea, durante algunos momentos de sus vidas.
Y aunque hubiese muchas cosas en común y cercanas, Él sólo tiene un recuerdo de ella. No fui yo en ese caso el que busqué aquella suerte, no. Porque a veces perdemos cosas valiosas en el camino de la vida, y no demasiadas encontramos a aquéllas que desaparecieron. Esa vez Ella perdió una prenda preciosa en un lugar situado a medio camino entre su casa y la de Él. Y Él la encontró ¿casualidad? Tampoco creo en ella, no, pero insisto en que esta vez no hice nada por comunicar sus almas. La prenda estaba rasgada y sucia entre las ramas de un arbusto. Pero Él la vió y después escuchó la voz de Ella, desesperada y triste. Guardaba afecto a su prenda, no sé si por que fue un valioso regalo o por que la tuvo después de desearla durante un tiempo. Él la llamó y se la devolvió, mientras ellas le dio las gracias abrazando su preciosa prenda.
Un bonito y único recuerdo, Él no sabía nada más de ella. Tan sólo su nombre, sin hache.
Pero yo no podía dejar que dos almas tan ávidas permaneciesen eternamente separadas.
Y no hace demasiado tiempo coincidieron de nuevo, ¿por casualidad? No, no creo en ella. Tres veces tuvo que arroparlos el mar, y tres veces los observé y acaricié. Lo mejor de las almas ávidas es que en cuanto se reconocen como tales, hacen lo posible por ahondar entre ellas y conocerse más. Así se coincide en un camino que no elegimos como la vida, y se sigue el avance bien acompañado, y las penas son más pequeñas. 

Y esa tercera vez, junto a un mar que venía de donde sale el sol, con las olas acompañandome a mí y la luna llena iluminándolos a ellos. La arena ya no se separó de ambos hasta el día siguiente. Desde entonces, yo no sé que pueden sentir ellos, pero sí que sé que me llevan sintiendo a mí desde hace muchos años.
Yo, sólo soy música. Y soy sentida, pero no puedo sentir. ¡Que ellos sientan por mí!