Una vez arrancado el coche, noto la primera vibración del motor. Es diesel y se nota el ralentí con más fuerza que en uno de gasolina. Enciendo las luces y salgo del lugar en el que tenía estacionado el vehículo; la sensación del desplazamiento y las pequeñas aceleraciones me parece muy agradable cuando no tengo prisa. Aumenta la velocidad y las farolas bien iluminadas vienen hacia mí a la vez que escucho Miedo de M-Clan. A mi derecha, una exhausta Ro a causa del largo día y el ejercicio en el gimnasio me comenta que está feliz. Obtiene una respuesta simétrica mientras el camino a su casa va menguando.
Llegamos, detengo el coche y ella vuelve a casa tras recoger su bolsa de deporte. Ahora me toca volver a mí. El camino a mi casa es corto, pero no el camino más corto es el mejor y por eso me pierdo entre las luces de la carretera y la ciudad para relajarme aún más... Ahora comprendo las cualidades terapéuticas de la conducción. Simplemente volver cada día por un camino distinto a casa, sea por donde sea y cuanto más largo mejor. Rodeando la ciudad, atravesando algún pueblo, conduciendo por el casco antiguo; las ventanillas abiertas dejan respirar el aire fresco de la noche que llena el habitáculo de mi C4. La música toma parte del protagonismo. Trouble de Coldplay es un buen tema para conducir por la noche.
Llega la hora de volver a casa porque mañana hay que madrugar de nuevo. Mientras apuro los últimos metros en el garaje busco un hueco para que duerma mi montura, no tan cansada como yo.
Y así, llego a mi casa feliz. No es tan difícil disfrutar de lo que se tiene.